jueves, 4 de diciembre de 2008

Silencio




Y yo me pregunto: ¿Donde van a parar los latidos?
¿Donde van a parar los silencios?

Cuando el bisturí rasga las membranas de tibio sol

Cuando el látex de los guantes quirúrgicos rompen sus alas

Cuando el charco de sangre ahoga su aliento

¿A la basura?

¿A dónde va a parar el amor cuándo todo se cubre de un oscuro silencio?


¿Porque será que te ensordece ese silencio?

La Piedra





Pedro, nego la primera vez:

¡No tengo nada con ella!



Pedro, negó la segunda vez:

¡No voy a renunciar a mi libertad!



Pedro, negó la tercera vez:

¡No¡ ¡No te doy otra opción!



¡Pedro colocó la última piedra de la pared que nos separa!

domingo, 17 de agosto de 2008

Aciago


Funesto, nefasto, fatal
Caes como una maldición
Caes y yo te recojo
Y abro mis alas para cobijarte
Y abro también mi corazón
En el agua cristalina
Una gota de veneno
contaminó su pureza
¡No la bebas, es amarga ahora!
Y esa amargura se propagará
en el cauce maldito
de un destructivo
silencio

sábado, 9 de agosto de 2008

El remedio es peor que la enfermedad

Queiles dice que la lectura "nunca es ejercicio utilitario sino vocación gozosa y gratuita en la que no se espera nada de antemano", concuerdo plenamente con sus oportunas palabras, pero también siento que puede constituir una generosa terapia para quienes la viven como un placer necesario y constante.
He escogido "Tan veloz como el deseo" de entre muchos libros que descansaban enigmáticos en las entanterías de la Biblioteca Viva (que por suerte se ubica frente a mi trabajo en la galería de arte) simplemente porque disfruto de Laura Esquivel ("Como agua para chocolate") y del realismo mágico, corriente literaria denostada, a veces, pero indudablemente necesaria para quienes creemos que la magia es un requisito indispensable para vivir.
El libro ofrece una historia adorable, dulce, que hasta cierto punto me hacía olvidar, y en consecuencia "olvidarte". Hasta que aparece inesperadamente para mi, entre los personajes, un tal Pedro (parece que para Laura Esquivel este nombre es significativo, o es muy común entre los mexicanos....) quién justamente es el que se encargará de sembrar la tragedia a lo largo de la historia.
Esta coincidencia me sobresalta, porque a poco desarrollar mi experimento he podido descubrir el primer requisito a la hora de construir una lista de "Libros para olvidar".
La conclusión es la siguiente: Se deben evitar leer historias donde los personajes ficticios tengan los mismos nombres de los personajes de la vida real, de lo contrario "el remedio será peor que la enfermedad".
Paradójico, como un nombre puede calarnos hasta los huesos, como un nombre puede alterar la naturaleza de una simple lectura.
Otra vez me sorpenden las palabras y sus múltiples efectos.

jueves, 7 de agosto de 2008

¿Cuántos libros se deben leer para curar el mal de amor?




Como en los inviernos de mi niñez, cuando el frío congelaba hasta el alma como si fuera una gran pena de amor, voy a volver a leer. Los libros me devolverán la tibieza perdida. Pero ¿cúantos tendré que leer antes de que pueda mirarte sin sentir dolor? No lo sé, ni lo sospecho. Será un desafío. Las mismas letras que me acercaron a ti, las mismas que tejieron la historia serán las que me dejen partir.

Empiezo con la lista que llamaremos:

"Los libros para olvidar"

Título: " Tan veloz como el deseo"
Autora: Laura Esquivel
Primera Edición: 2001, Random House, Mondadori, S.A Travessera de Grácia , 47- 49, Barcelona
Comentario:

"Es este un hermoso relato ambientado en México, a principios del siglo XX, con posterioridad a la Revolución Mexicana: la historia de Júbilo, un hombre que nació con el don de la alegría y la capacidad de "escuchar" los verdaderos sentimientos de las personas no expresados en palabras. Desde pequeño, Júbilo se convierte en el intérprete entre su abuela, de origen maya, y su madre de origen español. A caballo entre dos culturas, sirve de lazo entre esas dos mujeres irreconciliables. Júbilo ha descubierto el poder de las palabras, tan grande como el deseo, y ello determinará que elija convertirse en telegrafista para poder seguir traduciendo e interpretando a su antojo.
A través del relato de su hija Lluvia, que lo acompaña en sus últimos días, postrado en el lecho y privado de la palabra, descubrimos la historia de Júbilo, quien conoció como nadie la discordancia entre el deseo y la palabra. Todavía deberá aprender una última lección:después de todo, el amor sigue viajando a la velocidad del deseo"

P.D: Si alguien conoce libros que sirvan para olvidar un mal amor, por favor enviarme sugerencias. Gracias

martes, 5 de agosto de 2008

Ojos



Me miro al espejo esquivando mis ojos.
No importa lo que haga no los miro
Me lavo los dientes y, pienso:
si veo al interior de mis ojos,
justo donde tropiezo con el alma
recordaré como sentía cuando vivía por mi,
cuando vivía para mi.

La sonrisa de Víctor: "Lo que no destruyó el golpe" (1932-1973)




Con este cuento de revolver nuestra idiosincrasia para saber qué clase de chilenos somos antes de llegar al bicentenario, los proactivos medios televisivos se han empeñado en manosear las biografías fosilizadas de los “grandes chilenos”, esos personajes que hicieron por la patria, algo más que tomar chicha y comer asado para el “18” o hacer la fila en el Banco Chile para donar “luca” a la Teletón y sentirse orgullosos de ser parte de un país tan sensible y solidario.
Las imágenes saturan las pantallas como en un homenaje póstumo que al mismo tiempo intenta sacudir la culpa patriota de una “amnesia colectiva”. Y entre tanta frase reivindicatoria y tanta campaña de relaciones públicas me estrello esa noche frente al televisor, en pleno horario prime con tu sonrisa, Víctor, tan generosa y amplia como tu lucha.
No dejo de conmoverme con ella, presente en cada fotografía, en cada enfoque, en cada frase testimonial que la recuerda viva, aún, como tus canciones. Agradezco poder tener la conciencia clara y lúcida para captarla, para asirla y disfrutarla en mi memoria. Es tu sonrisa el reflejo inmortal de un canto puro que los golpes y las balas que cercenaron tu cuerpo no pudieron acallar. Renaces con más fuerza como un susurro débil, al principio, que luego se hace voz y luego grito.
Nosotros “los hijos de la dictadura”, lo que sumamos la tercera década a nuestras vidas, te reconocemos y te hacemos parte de nuestro tiempo, un tiempo en el que vuelves a ser canto, en el cancionero fotocopiado que va de mano en mano, en el poster que se vende en la cuneta y adorna la pared de la pieza adolescente, en el CD pirateado con tu antología, en los videos de distintos formatos que te muestran en blanco y negro, pero vivo, con tu voz burlando la DINA, la C.N.I. o al maldito silencio que alguna vez quiso vetar tu noble canto popular.
No te preocupes Victor que nuestros hijos podrán escucharte y conocerte. Sabrán de Amanda, de Manuel, del Luchín “con el perro y con el gato”, de los obreros, de tu lucha y de tu eterna sonrisa, cada día más luminosa, porque..."los cinco minutos te hacen florecer..."

domingo, 3 de agosto de 2008

Incierto




¿Qué pasa?

Nada

Nada

nada

naDa

nada

Nada

naDa


Nada


N A D A


Tus ojos

Inciertos


El silencio


Y yo, me rio

porque sé

que

me

basta ese silencio



Traición



En
mitad
de
la
inconciencia
el
puñal
yace
extasiado

miércoles, 30 de julio de 2008

GRAN GIRA TEATRO AEREO




Dirigido a todos los medios NACIONALES & LOCALES

La Cía. pionera del TEATRO AEREO chileno DEMENTIA PRAECOX (1997) realizará por primera vez una MEGA gira de INVIERNO por la V y VIII totalmente gratis con su gran espectáculo de teatro aéreo "AFASIA"
¡UN ESPECTACULO URBANO IMPERDIBLE!
¡AL NIVEL DE LA VANGUARDIA MUNDIAL!

"AFASIA" SINDROME / REFLEXION URBANA. Espectáculo sin palabra, donde el mensaje se asoma a través del movimiento y la expresión, el juego de las figuras, los símbolos, los estados, la plástica y los significados.
Puesta en escena que combina las distintas técnicas aéreas del circo de vanguardia, la escalada, el teatro extremo, la danza, el mimo drama, la música electrónica industrial, la plástica, y la proyección de video en tiempo real Espectáculo Urbano Industrial con claras influencias de los catalanes de la FURA DEL BAUS los argentinos DE LA GUARDA y la plástica escénica del iconoclasta polaco TADEUSZ KANTOR

BONUS TRACK: Dos (2) horas previas al espectáculo se producirá una fiesta electrónica donde pincharán los DISKJOCKEYS del SOUND SYSTEM INDUSTRIAL que acompañan a DEMENTIA en sus presentaciones. Puro DRUM & BASS del mejor. Además de la participación de dos (2) VIDEOJOKEYS pinchando visuales en tiempo real. Para calentar los motores.

FECHAS AGOSTO
V Región Valparaíso02 - Valparaiso / Foriín Pratt03 - Valparaiso / Fortín Pratt 05 - Quilpue / Gim. Muni.07 - Villa Alemana / Gim. Muni.09 - Viña del Mar / Polideportivo

VIII Región Bío Bío11 - Tome // Gim. Muni .13 - Talcahuano/ La Tortuga15 - Concepción/ Gim. Muni.17 - Chillán/ Gim. Muni.18 – Chillán

Para de HORARIOS, ENTREVISTA y REPORTAJES escribir a:
prensa@dementioteka.com
+ INFO http://www.dementioteka.com/
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Atte se despide:

Carolina Hayden
DEMENTIA PRAECOX
8- 4926625 _ 2265372
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martes, 22 de julio de 2008

Elisa

La abuela de Sofía fue una mujer excepcional. A su haber sumaba una personalidad imponente, una figura robusta y voluptuosa, un intelecto inquieto y un envidiable don culinario. Para sintetizar, fue una mujer fuerte, siempre y cuando no se tratara de la única debilidad en su vida: Don Edmundo Rosas, su marido.
Cuando Elisa se casó con Don Edmundo el matrimonio era un acuerdo tácito e irreversible donde no se especificaban, de modo alguno, los inconvenientes futuros provocados por la convivencia conjunta. Por lo tanto, la atractiva mujer no tuvo como preveer que el hombre con el que había conversado en un par de oportunidades y al que su padre había calificado como “el indicado” le aseguraría una vida entera de interminables humillaciones.
“El hombre, mientras más mujeres conquista, más hombre es” rezaba el lema, por ese entonces, entre los caballeros hacendados, casados como Dios manda y con buen pasar económico. Y Don Edmundo como hombre obediente que era, hizo de esa premisa un verdadero apostolado.
Bastó que la barriga de Elisa empezara a hacerse notar para que Don Edmundo empezara a hacer notar, también, sus dotes de irremediable conquistador. No conoció mujer alguna, soltera, casada, viuda o separada, que no sucumbiera ante su talento innato. Dueño del almacén más grande del pueblo, pasaba las tardes atendiendo de manera personalizada a las clientes que desfilaban, luego, por un pequeño cuarto utilizado para la contabilidad que el “Don Juan” improvisado, adaptaba para dar rienda suelta a su desenfrenada pasión.
Los comentarios no se hacían esperar y cuanta aventura de faldas vivía Don Edmundo llegaba “fresquita” a los oídos de Elisa. Pero un corazón enamorado bien puede hacer caso omiso de tanta chimuchina barata y abstraerse sin remedio en una completa y servicial inconciencia.
Ya había parido tres robustas creaturas, cuando Don Edmundo fue a parar al hospital del pueblo con una trombosis que dejó secuelas irreparables. Pero eso no fue lo más doloroso para Elisa. Al creer la gente del pueblo que su marido estaba con un pie en el cajón, brotó desde las entrañas mismas del limbo, un séquito de amantes lloriqueando por los pasillos de la casona, hijos no reconocidos de distintos tamaños y colores y por si fuera poco, hasta nietos fantasmas aparecieron para reclamar las últimas horas de vida del desdichado moribundo. Pero como “mala hierba, nunca muere” Don Edmundo se recuperó milagrosamente aludiendo que ¡Don Pedro en el cielo, no lo había querido recibir! ¡Por bueno, sería!– agregaba la nana Bernarda con su inagotable picardía.
Elisa estoica, ni siquiera protestó. Era demasiado mujer, demasiado dama para perder mesura en escenas de celos o pataletas de histeria innecesarias. Hizo de tripas, corazón y aguantó incólume. Con la serenidad que la caracterizaba ordenó a la fiel Bernarda que tomara la ropa y otras pertenencias del patrón y las colocara en el dormitorio de invitados más lejano del suyo. Desde esa noche su marido podía considerarse bien muerto para ella, aunque para los demás siguió interpretando su papel de abnegada y cornuda esposa con admirable maestría.
El resto fueron años de soterrado sufrimiento.
Don Edmundo, postrado en una cama, continuó haciendo de las suyas. Ni la enfermera cubana que contrataron para que lo atendiera día y noche se escapó de las manos curiosas del libidinoso paciente. Tanta cadera no lo dejaba indiferente. Mientras Elisa, aunque jamás dejó de atenderlo en su lecho de enfermo, no volvió a considerarlo más que como un compromiso que no podía rehuir. Con la misma entereza de siempre continuó con sus clases como profesora en el colegio de señoritas y con sus apetecidas reuniones sociales donde lucía con esmero su inclinación por la buena mesa.
Años más tarde descubrió el amor, pero la prudencia que da la sabiduría le aconsejó dejarlo pasar, Ya había cedido su cuerpo al paso del tiempo y las caderas antes redondas y firmes ya no estaban hechas para soportar los embistes de la pasión. Cerró los ojos de Don Edmundo el día que dejó de seducir fantasmas. Vendió la vieja casona y se fue a vivir al norte. Llevó con ella a Bernarda, sus libros y dejó olvidados los recuerdos.
Ese día Elisa empezó a vivir para ella, por primera vez.

domingo, 20 de julio de 2008

Furia y canela


Sentía el peso de su cuerpo, más insoportable cada vez. Su aliento calaba, encendido, la tersura de sus pechos pálidos. -¡Basta!- intentó balbucear, pero su voz fue casi imperceptible. Los gemidos del invasor llenaban por completo la habitación. Estaba excitado. Violento le arrebató la blusa para mirarla poseído por un morbo casi adolescente. Contempló la delicada distribución de sus huesos frágiles. Quiso romperlos lentamente, pero lo detuvo su mirada despectiva. La quería suya, implorando. Con sus manos torpes, aflojó el seguro del cinturón y bajó ansioso los gastados jeans. Deslizó sus dedos entre las piernas y sintió su humedad escasa. ¡Perra! ¿No te gusto, verdad? -gritó furioso, mientras ella bajaba la mirada, desdeñosa. Lo aborrecía desde sus entrañas. Desde la primera noche de violencia juntos.
La desnudó por completo sin recibir una sola muestra de objeción.
Separó sus muslos y la penetró.
Sintió la furia de su opresor desgarrar su vientre en arrítmicos impulsos. La saliva agria de los besos forzados acentuaba su repulsión hacia el apetito insaciable del macho subyugador. Apretó los dientes y se esforzó en sentir un dulce olor a canela que terminó por abstraerla hasta que el hombre cayó extasiado sobre sus caderas contraídas. Fue sólo un instante, luego un profundo silencio inundó el lugar. Pudo sentir el dolor. Se durmió por un instante.

Revolvía una olla gigantesca colmada de chocolate y extracto de anís. El aroma azucarado le recordaba las tardes después del colegio, en las que entraba en su casa y era atraída por el exquisito olor de los postres de su madre, siempre pegajosa de azúcar flor o salsa de caramelo.
El hervor de la mezcla humedecía su rostro moreno. La cocina estaba revuelta de esencias y sabores que despertaban los sentidos. Estaba concentrada en encontrar el punto justo para verter en su olorosa mixtura el ingrediente secreto. Las nueces picadas sobre una tabla de madera, fueron delicadamente repartidas mientras revolvía todo con movimientos cíclicos hasta lograr la consistencia perfecta. Los vidrios se empañaban con el vapor perfumado de la canela. Las burbujas de la mezcla se reventaban para dar paso a otras más hinchadas y redondas.
Sofía parecía contenta con su delantal amarillo que heredara de su abuela materna. Una mujer intransigente, vanguardista, pero de un talento ancestral en las artes culinarias que se encargó de transmitir a todas las mujeres de su familia. Era la mejor herencia. -¡La mejor manera de conseguir un marido! -inculcaba a sus hijas. -¡Otras pueden darle cama, pero yo le doy comida de la mejor! –decía segura de que su hombre regresaría siempre que su estómago lo demandara. Sofía la recordaba recogiendo en la huerta un poco de toronjil, unas hojas de albahaca, unas semillas de aquí, unas verduras de allá. Picando la cebolla, desgranando las arvejas, cociendo la coliflor y deshojando las lechugas más verdes de la inagotable hortaliza. Tan hogareña por las mañanas, pero tan intelectual por las tardes, cuando escribía versos en un cuaderno forrado de terciopelo azul, o devoraba libros en la sala de estar de la vieja casona. Era una mujer completa. Atractiva. En sus mejores tiempos de caderas pronunciadas y labios sugerentes. Con una amplia sonrisa y gestos femeninos, tan delicados que contrastaban con su carácter fuerte e imponente.

Un golpe en la puerta sorprende a Sofía. Se quita el delantal y corre presurosa hacia la puerta principal. Arregla su pelo en un pequeño espejo en la pared y sacude la blusa anaranjada que, accidentalmente, rociara con polvos de hornear. Abre la puerta lentamente. Al principio parece no reconocer al visitante, pero luego se abalanza sobre él para cubrirlo de besos infantiles. El hombre la separa de su cuerpo con una cálida expresión risueña en su rostro y avanza por el estrecho pasillo. -¡Qué recibimiento, mujer! ¡Estás tan hermosa!- comenta el recién llegado analizando minuciosamente la imagen de la joven que no veía desde muchos meses atrás, cuando todo empezó, producto de la caprichosa insistencia del destino en unir caminos distantes. Sendas que sólo se juntan para separarse más.
Había viajado largas horas para refugiarse en su cintura estrecha, en su sonrisa generosa, en sus manos frescas de caricias, que lo cubrían por completo hasta hacerlo olvidar el letargo de su agonía. -¡Eres mi salvación!- repetía, melancólico después de tocarle la rodilla para sentirla cerca, en su viajes de vuelta a la ciudad donde pasaron muchos días en la clandestinidad de la noche, escribiendo las líneas de un futuro manchado de imposibles. Hasta que debieron separarse. Un tarde cualquiera, sin preámbulos. Ahora estaban el uno frente al otro. Sin palabras.
Sofía cerró la puerta y se quedó apoyada en ella para observarlo. Era el mismo hombre de siempre. El color del mar en sus ojos seguía intacto. El fuego de su boca no había cedido al paso de los días. Tampoco las cicatrices, ni la devoción de sus palabras. Tenía la misma tristeza de antes. Quiso entregarse en ese mismo instante y desnudarse para él. Solo para él, pero prefirió ocultar sus ansias desmembradas.
No pudo evitar recordar la última conversación juntos. Estacionados en el camino que recorrieran, religiosamente, cada tarde después del trabajo. Sólo tenían algunos minutos. Su mujer lo esperaba para cenar. La mano varonil acariciaba su barbilla. Había algo distinto en la manera de mirarla. La amaba pero no podía detenerla. Su obligación era cumplir con su deber de hombre. El resto era insensatez. Un lujo que no podía darse a esas alturas de la vida. No le diría que era capaz de dejarlo todo por estar con ella. Para qué. No quería atarla a una ilusión.
- ¡Sólo espero tener la oportunidad para reconquistarte!- le dijo intentando convencerse de que el tiempo pasaría de prisa. Luego la besó. Ella caminó esperando que en algún instante se acabara el dolor punzante que atravesaba su vientre. Ahora sabía que el corazón no estaba en medio del pecho, palpitante. Era más bien un pedazo de víscera que se retorcía en vulgares espasmos dolorosos. No lo volvió a ver desde entonces.
Pero esa noche estaba parado en medio de la habitación adornado de un aura misteriosa. Respiró profundo. No era capaz de conjeturar una sola hipótesis.
Era el mismo hombre de siempre, pero nada era igual. Había venido para salvarla, seguramente. Pero no se puede salvar lo que irremediablemente ya está perdido.
Despertó cuando Samuel daba un portazo sin decir una palabra. No era necesario hablar, volvería para violentarla otra vez. Samuel siempre volvía por un golpe y una disculpa.
Sintió un vacío en el mismo instante en que el olor a canela se esfumó.

Te espero y desespero

Te espero y desespero.
Kundera me seduce con su historia de sexo, de vida y de muerte.
Me define con su relato.

El Sexo
Pálpito, sudor, instinto.
Música, la noche, la luz cayendo en un cuerpo como pequeños cuchillos que rasgan, que traspasan.
Los poros se dilatan.
El olor penetra.

La Vida
Esencia. Génesis. Sangre. Fibras, vísceras, músculos.
Corazón, siempre corazón.

La Muerte
Un paso.
Te espero

Se mojan mis labios
Se cierran mis ojos
Mi cuerpo reclama tu cuerpo
Te espero

Mi sexo es un blues pastoso que se dilata en el tiempo
La vida se adhiere a la tuya.
Cierro las hojas de Kundera
La muerte es bella
Tan negra
Desespero

Quiero tu piel desnuda
Mi piel se estremece en ganas y te siento entrando en mi cuerpo
Te espero

Día primero: Tú


Contigo todas las cosas son simples pero, complicadamente, hermosas.
Abrir los ojos en la mañana y estrellarme con tu rostro, es como sentir un rayo fresco de luz que imanta, que reanima.
Tienes las manos abundantes de caricias.
Tienes la boca llena de inconciente impertinencia.
Besas con la dulzura de un niño.
Quemas con la ardorosa pasión de un hombre.
Me hundes en mi propia fascinación cada vez que rozas mi cintura.
Haces que desee el peso de tu cuerpo grácil sobre mi cuerpo.
Tu piel canela sobre la mía.
Haces que duerma cansada entre tus brazos y que dé gracias por ser mujer llena, plena de la vida que recojo de tus besos, mi amor, que me estremecen, que me hacen sentir eterna.
Nada tiene más sentido, ahora, que nosotros.
Nuestro amor cala la razón, rompe todos los esquemas.
Nuestro amor va más allá de una simple noche de dos desconocidos frente a frente.
Nuestro amor nació antes.
En otro mundo, en otra vida.
Y nos volvió a reunir.
Eso explica que todo fluya y desemboque con perfecta armonía.
Me llevabas dentro sin saberlo.
Te tenía conmigo sin saber.
Faltaba tocarnos para que mágicamente nos reconociéramos.
Faltaba que la música nos sedujera y el sudor de los cuerpos que bailaban junto a los nuestros hicieran la atmósfera propicia para nuestro encuentro.
Faltabas tú para creer, para ser, para sentir
Ahora sé que tú eres la prolongación de mis días
Tú, tú, tú.
Todo tú en mí.
Con tus ojos cristalinos, con tu pelo enredado por el viento.
Tan libre como tu sonrisa, como tus manos, como tu cuerpo.
Tú en mí
Así te quiero
Así te llevo

Día segundo: Yo

Una mujer prisionera que se escapa entre tus dedos
Una mujer vientre, pecho, calor
Una niña entre tus sábanas
Que juega con tu pelo en las mañanas
Que te besa desesperada como si fuera la última vez.
Como si después de un beso no hubiera nada.
Hembra. Flor. Noche. Canción
Mujer que te atrapa. Que te sume entre sus aguas. Que te abarca.
Mujer que se hace mujer con tus besos floridos
Mujer que te ama libre y a tu libertad se hace esclava
Mujer amante, mujer amiga
Mujer que espera tu llegada
Soy para ti, tuya como tus palabras
Como tu pasado, como tus marcas
Y me dejo llevar por tu locura
¡No te vayas, no te vayas!- me dices y ya no puedo abrir las alas
Porque no quiero estar fuera de ti
Quiero mirarte cada mañana, dormido
Cuando ni te imaginas que te miro y pienso que la felicidad es ese instante mágico
en que abres los ojos y sé que me amas.
Me amas, mujer
Intensa, materna, arrebatada
Tuya

Día tercero: Nosotros


Un vuelo de pájaros al amanecer
Una estrella suicida que en cielo se desplaza
Libre, Diáfana
Eso somos, nosotros
Cómplices
Un día para encontrarnos
Dos para necesitarnos
Tres para lanzarnos al abismo
Cuatro para romper las estructuras
Cinco para cortar los hilos
Seis para entregarnos
Siete, ocho, nueve, para amarnos
Diez, cien, mil y un millón para construir…
…la historia
Dos extraños en la ciudad
La noche, testigo
Una amiga, un amigo, nexos
Pretextos
Una mirada, una conversación
Un baile, un beso, un adiós
Un sentimiento
Una casualidad.
Una llamada
Un reencuentro
Otro beso
Un despertar
Un silencio
Un segundo, no hubo más que un fugaz segundo que pasó entre nosotros.
Y de uno fuimos dos:
NOSOTROS


Día cuarto: Un beso


Cómo definir uno de tus besos. Fresco, puro, dulce, terso. No existe el concepto. Lo busco, lo pienso, lo invento, pero aún así no existe. No hay nada que describa uno de tus besos.
Cierro los ojos. Siento el roce de tu cuerpo. Te acercas, tiemblo. El sismo es desastroso. No queda nada en pie, dentro. Catastrófico. Te acercas y la comisura derecha de tus labios está bordeando los míos. Ya no pienso.
Se fusionan y te siento. Arde tu boca. Quema y luego refresca. Me envuelve y se moja. Se abre toda. Eterna. Tu boca en la mía cóncava, convexa, ondulante. Se mezcla, se junta, se adhiere a la mía. Me muerde. Me sorbe. Me absorbe. Me bebe toda, tu boca. Y me pierdo, me hundo, me entrego.
Y siento, sólo siento. Olor, sabor, dolor. Y el desenfreno se apodera de mi cuerpo. La sangre golpea las arterias, volcánica. Y soy sudor de aguas templadas. Y me vuelvo arcilla, moldeada por tus ganas.
Me escarbas, me develas, me desnudas, me desarmas. Y mi boca ya no es mía. Es una rosa en flor que en cada pétalo cuelga una gota de tu savia. Estoy hecha de la sal de tu mar. Húmeda. Impregnada. Evaporada. Toda fuego, calor, brasa. Y todo crece. El alma ya no cabe, las costillas se desarman, el tórax se infla, no aguanta. El corazón se sube a la garganta, loco, desorientado, ya no es corazón, quiere ser pájaro y escapar por la grieta que queda cuando nuestras bocas se separan. Pero no alcanza. Porque otra vez envisten tus labios con más fuerza. Ya no existe nada. Sólo tú, yo, un beso y una presión que se expande, que me ahoga, que me mata. Y me muero despacio. Estallo. Y sigo pegada a tu boca, pero ya no soy, no existo. Todo lo que tenía se ha ido en ese beso. Que no puedo definir, que no puedo describir, porque no existe palabra. Todo es vulgar, vacío, vago. Y mi intento está truncado. No sé decir cómo es un beso de tu boca. Sólo sé sentirlo, vivirlo, evocarlo, soñarlo.
Nunca basta.



Blanca

Blanca le hacía honor a su nombre. Era cosa de mirarla y darse cuenta que ningún otro nombre en el mundo podía quedarle mejor. Su palidez era sorprendente tanto como su figura delgada, casi enfermiza. Desde niña comía y comía hasta quedar exhausta, pero nunca lograba ganar un kilo extra. Cansada de las burlas de los otros niños aprendió a sacarle partido a lo que el resto creía era un defecto: para Blanca era la marca de la diferencia. Un don que la distinguía de la mayoría de sus compañeras “rellenitas y voluptuosas”, ella, en cambio, era fina y transparente como un rayo de luz, casi intangible.
A Blanca nunca le gustó existir.
Existir como lo hacen la mayoría de los seres humanos: siempre olvidándose de lo frágiles y pasajeros que son. Ella soñaba con estar en otra parte, en un mundo distinto donde su melancolía y su tristeza no fueran blanco de la incomprensión. Donde el tiempo no fuera un obstáculo para ser feliz. Donde se sintiera cómoda y pudiera ser ella misma sin tener que dar explicaciones a nadie. Pero existía y era Blanca: la solitaria, la extraña, la flaca desadaptada que sólo servía para pintar lienzos y más lienzos marcados por trazos incomprensibles: azules, rojos, violetas, amarillos. Colores violentos, salpicados con furia, como si fueran las palabras que se agolpaban en su cabeza. Todo lo que no decía lo gritaba furiosa en el blanco etéreo de las telas, como si las figuras fueran su único nexo con la realidad. Lo demás estaba dentro de su alma y nadie sabía qué era.
Blanca era joven, pero razonaba con la sabiduría de una anciana. Disfrutaba de las cosas sencillas, de la brisa marina, del color atrevido de las hojas verdes, del olor a trementina de los óleos aún frescos, de la sonrisa de Manuel que parecía siempre interminable.
Manuel la había descubierto una noche de invierno tratando de capturar el sonido del mar en su grabadora. Ella se empeñaba por guardar los golpes del mar contra las rocas que después le servirían como inspiración. Ella amaba el mar y, más aún de noche, cuando la soledad de la playa se volvía penetrante con su inmensidad desgarradora.
Manuel la vio de cuclillas con el rostro hacia la playa. El viento golpeaba su cuerpo menudo y su palidez contrastaba con el negro de la noche. Lucía como una aparición, como si fuera un fantasma saliendo de las aguas. Le pareció perfecta y se quedó mudo contemplándola. Blanca advirtió su presencia pero no intentó alejarse. No necesitaron hablar. Nunca lo hicieron, salvo para decirse sus nombres, como un pacto secreto que siempre los llevó a encontrarse en el mismo lugar.
Blanca pintaba la sonrisa de Manuel que cada vez se volvía más generosa. En cambio, ella lo miraba tácita, casi inexpresiva. Cuando ella terminaba de pintar, él la tomaba entre sus brazos y la desnudaba sin prisa, hacían el amor en silencio, y en sus rostros se formaba un gesto de paz absoluta. Luego se despedían, en libertad.
A pesar de estos encuentros Blanca seguía siendo un ser de otro mundo. Su cuerpo era una jaula que la mantenía prisionera, tal vez por eso fue siempre tan ligero como si en cualquier minuto se fuera a desprender para dejarla volar.
Tenía que hacer algo para detener su dolor. Los medicamentos que la obligaban a tomar no eran más que momentos travestidos de tranquilidad. Píldoras blancas que amontonaba bajo su cama. No estaba loca, no estaba desvinculada del mundo, simplemente había caído en el lugar equivocado. Su mundo era otro, estaba más allá de las fronteras de las mentes vacías que calificaban, que diagnosticaban, que imponían sellos y conductas.

El último día de noviembre Manuel caminó por la arena siguiendo las huellas de su amiga, pero al llegar justo al lugar de sus encuentros, Blanca no estaba ahí, sólo había un atril sosteniendo una tela que revoloteaba al viento. Se acercó para ver la pintura. Era sublime, tal vez la mejor de todas. Era ella misma retratada, pero su piel era más demacrada que nunca, sus ojos desencajados, sus huesos cadavéricos, sus manos sostenían trozos de su pelo oscuro, su cuerpo sutil como un débil trozo de hielo desaguándose gota a gota cayendo en un mar azul, tan profundo como la muerte misma. Solitaria, en el cuadro no se distinguía nada más que Blanca y un trozo de tela violeta que la envolvía hasta confundirse con el mar bravo, a sus espaldas. Sus ojos grises parecían extasiados por alguna misteriosa razón. Era Blanca tan sombría, tan estremecedora que parecía confundir el sentido de la belleza.
Manuel se mantuvo pasmado por algunos minutos, luego recuperó lentamente la serenidad de su expresión. Trató de entender la razón por la que Blanca dejó el óleo olvidado en mitad de la playa. Volvió a observarla hasta que detuvo su mirada en un detalle del cuadro que antes no había percibido. Algo era distinto en el rostro de Blanca, algo la iluminaba a pesar de lo desoladora que parecía su imagen. Era una sonrisa, débil, pulcra casi imperceptible que daba a su rostro una sensación de profunda y verdadera paz.
Manuel nunca había visto una sonrisa en el rostro de Blanca, esta era la primera vez y podía entender claramente el mensaje de la joven. Ella estaba bien. Por fin había encontrado su mundo, lejos, en otro estado. Quizás dentro de esa misma pintura en la que había quedado impregnada su esencia. No había nada más que pensar.
Manuel tomo el lienzo y lo tiró al mar, después caminó de regreso a casa y nunca más volvió a la playa.
Blanca ya no estaba ahí.

viernes, 18 de julio de 2008

La educación de las Hadas (¿se puede educar, fauno, a un ser mágico para tenerlo a disposición?, veamos)

"Cada vez que alguien dice: yo no creo en las hadas", irremediablemente una de ellas desaparece" (frase íntegramente mía)

FICHA TÉCNICA:

Titulo original: La educación de las hadas
Dirección: José Luis Cuerda.
País: España, Francia, Portugal y Argentina.
Año: 2006.
Género: drama
Reparto: Ricardo Darín (Nicolás), Iréne Jacob (Ingrid), Bebe (Sezar)
Duración: 105 minutos
Calificación: Todo Espectador

SINOPSIS:
Nicolás encuentra a la mujer de su vida y al hijo que él no ha tenido, pero que de repente ansía tener, de un solo golpe, una mañana, en el avión que los lleva de Alicante a Barcelona. Él es inventor de juguetes. Ella, Ingrid, viuda reciente de un capitán de aviación muerto en Iraq, es una ornitóloga que estudia en Cataluña el paso de las palomas torcaces. Raúl tiene ocho años y es un fantaseador de primer orden. A partir de este encuentro, la historia de amor a tres será perfecta hasta que repentinamente Ingrid decide que todo se ha acabado. ¿Por qué? No hay quien entienda sus razones: nunca serán más felices de lo que lo han sido hasta ese momento, todo irá a peor... Nicolás se desespera: ya tomarán una decisión cuando todo vaya mal, pero no ahora, que todo va bien. Ingrid se muestra inflexible, lo destierra del dormitorio. ¿Tiene un amante? En el colmo de su depresión, Nicolás está dispuesto a compartirla. Ingrid considera que semejante propuesta es un disparate. Y aparece Sezar, una joven argelina de origen iraquí, que, estudiante de francés de paso hacia la Sorbona, si tiene la suerte de conseguir una beca, trabaja hasta que llegue ese momento como cajera en el supermercado del pueblo donde viven Ingrid y Nicolás.
Nicolás se fija en ella. Mientras Sezar es asediada por un jefe de servicio que la quiere en su colección de conquistas entre las chicas a sus órdenes, y por los amigos de su novio, que la vigilan mañana, tarde y noche, para que le sea fiel el tiempo que él permanece en la cárcel por mercadeo de hachís. Raúl, el niño, se ve envuelto en el cruce de sentimientos que se produce en tales circunstancias y Luisa, la mujer que ha servido durante tres generaciones a la familia de Nicolás, actuará como confidente de éste y como un apoyo de raíces tan vivas y tan sentidas como poco claras. ¿Y si Sezar se convirtiera en un hada que pusiera remedio a tanta confusión, a tanto desorden?
Raúl está convencido de poder educarla para que lo consiga y pueda satisfacer sus tres deseos: "Alcanzar un metro veinte de estatura, que se divorcien sus padres para que vuelvan a quererse y que Nicolás, de nuevo con Ingrid, encuentre a otra mujer que lo quiera, la misma Sezar, si ella está dispuesta, porque los padres siempre están mejor con dos mujeres que con una".

"Un callejero fulgor" (para Andrés Pérez 1952- 2002)



Será que me gusta hablar de homosexuales y travestis, de marginales y oprimidos. Será culpa de esta solidaridad mía con los seres que luchan contra viento y marea para lograr un espacio remoto siquiera, en la cada vez más intolerante sociedad. Será que esos seres "diferentes" nacen con una sensibilidad más aguda, con un concepto acerca de la vida más profundo y lúcido que no puede quedarme indiferente. Será que existe una raza de seres humanos, más etéreos y menos mundanos que superan los cánones establecidos y su grandeza radica en sus espíritus, muy lejanos de la superficialidad corriente que continuamente se nos intenta imponer. Será que tienen alas ocultas que a pasos de andar por la vida se abren a sus anchas para entonces emprender el vuelo. Alto, muy alto.
Uno de esos eres luminosos fuiste tú, Andrés Pérez. Comunicador por esencia, actor, dramaturgo, pobre, sureño y homosexual. Me encontré contigo en las aulas universitarias, cuando ya habías desaparecido de este mundo. Cuando el Sida había hecho estragos con tu cuerpo y la indiferencia patria con tus últimos esfuerzos por perdurar.
Vi el montaje de la Negra Ester, con los actores del recambio, en un viejo gimnasio de Valdivia y no pude más que deslumbrarme con la obra. Un deambular festivo de cuerpos y música, un prostíbulo en el mítico Puerto de Valparaíso, una geisha, un travesti, un Lalo Parra bohemio y la negra: mujer y perdición. No puedo negar Andrés, que me sorprendió la mística de tu arte callejero, de tu teatro popular salpicado de la gracia milenaria de los circos orientales. Esos que te enseñó la Mnouchkine cuando te fuiste a Francia a conocer otro mundo con el Teatro del Sol. Fue en ese vuelo de pájaro errante en el que aprendiste a amar las tablas. Volviste a Chile, pero ya no eras el mismo, venías con el espíritu inquieto por transmitir lo que viste y lo que aprendiste. Entonces, tomaste un puñado de actores visionarios que creyeron en ti. Así nació el aclamado Circo Teatro, el arte de la calle y su inabarcable cúmulo de expresión. No fue fácil, pero la Rosa fue tu talante, el cable a tierra que todo ser mágico necesita para mantener los pies pegados al suelo. Ella no claudicó y aún, después de tu partida, sigue alimentando el sueño que le dio un verdadero sentido a tu vida.
Ahora que te pienso, no dejo de creer que el arte tiene un lenguaje aparte, que no todos entienden, sólo los seres con hambre de cambio, con las alas abiertas para volar al sol. Te quemaste por tu audacia, la lepra del nuevo siglo se llevó tu voz, pero no te has ido, sigues errante en las calles que alguna vez fueron testigo de tu inagotable pasión.


Humildemente, unas letras improvisadas en tu honor.